Los anarquistas en el movimiento obrero

Editoria de La Continental Obrera, órgano de la Asociación Continental Americana de los Trabajadores (Adherida a la A.I.T.), Número 3, Octubre de 1929

No es siempre fácil, en los diversos países y en las más difíciles circunstancias, definir la conducta de los anarquistas en el movimiento, obrero. Donde falta una verdadera tradición revolucionaria y libertaria y las masas sufren la influencia de los demagogos liberales y pseudo socialistas, con frecuencia sucede que las organizaciones obreras pierden el camino y se extravían en las encrucijadas de la política. Pero al menos los hombres que no se dejan arrastrar por las corrientes que predominan en un momento, los que tienen una clara visión del momento histórico y del mal que ocasionaría su pasividad e indiferencia, deben resistir empeñosamente ese extravío colectivo y hacer un esfuerzo supremo para restablecer las líneas del movimiento rotas por los oportunistas con el apoyo de los ignorantes.

 Se sabe que la principal tarea de los partidos políticos, llámense conservadores o liberales, fascistas o socialistas, consiste .en disciplinar a los pueblos. La disciplina tiende a someter al ciudadano a determinadas reglas políticas, pero sobre todo debe ser aplicada, en las organizaciones económicas del proletariado conforme a fórmulas de equilibrio que no alteren el ritmo de la mecánica Capitalista. El obrero se ve así impulsado a no exigir más de lo que está considerado como posible… y carga siempre con todas las consecuencias de las crisis industriales que provoca el exceso de producción y las maniobras especulativas de los que juegan a la carestía en plena abundancia.

 Se comprende, pues, que los sectores políticos, para colocarse en situación de merecer el apoyo del capital y obtener éxito en su lucha por el poder, deban ante todo contar con un movimiento obrero que los respalde en el llano. La socialdemocracia es fuerte en algunos países porque se apoya en grandes masas, porque ha sabido imponer una disciplina al proletariado, porque puede garantizar un relativo equilibrio económico a la burguesía en momentos difíciles para su estabilidad como clase dominante. ¿No consiste precisamente en eso el colaboracionismo, no sólo en el parlamento, sino también en los comités de arbitraje que crea el Estado para regularizar las relaciones entre las empresas industriales y comerciales y los sindicatos de asalariados, a los que se obliga a renunciar a la huelga y a deponer todas sus armas defensivas en nombre de un pretendido interés nacional? Es a través de las experiencias sufridas por el proletariado en estos últimos años, de la dolorosa realidad que viven los pueblos en esta era de industrialismo, de grandes progresos técnicos, de racionalización y de fascismo económico, que los anarquistas deducimos la importancia que tiene el movimiento obrero para las futuras conquistas económicas y sociales de la clase trabajadora. Pero el anarquismo no puede ni debe seguir a remolque del proceso capitalista, aceptando como imprescindibles los efectos, de la crisis espiritual derivada del exceso de crecimiento de las potencias económicas, viendo en la “’fisiología” de la capitalización del mundo el único factor de la lucha de clases. Es necesario que los hombres que admiten el arma económica como necesaria para enfrentar a la burguesía, pero que consideran que la liberación del esclavo del salario, debe efectuarse mediante el desarrollo de las’ potencias espirituales, dé su capacidad moral, del fortalecimiento de la conciencia individual, contrarresten, los electos letales de la política y combatan sin descanso la influencia de las teorías conformistas, porque no pueden ser libres los pueblos que admiten como necesaria la ley, la autoridad, el Estado.

 No basta con que los anarquistas actúen, como obreros, en las organizaciones económicas del proletariado. El anarquismo debe ser una fuerza de expansión, un movimiento integral en el terreno político y económico, en abierta beligerancia frente a los partidos reformistas que buscan en la clase trabajadora un punto de apoyo para conquistar el poder. La acción contra la burguesía debe ser encarada partiendo de la base de que el Estado es siempre, cualquiera sea su denominación, el instrumento que favorece a la minoría privilegiada.

 Por desgracia no todos los anarquistas han comprendido esta verdad: que no es posible mantener una posición neutral frente al movimiento obrero. Hay militantes que no creen necesario llevar a los sindicatos sus preocupaciones ideológicas, porque consideran a la clase trabajadora incapacitada para comprender el valor de las ideas de emancipación integral. Están por otra parte los que subordinan el anarquismo al sindicalismo, admitiendo que la lucha de clases resuelve por sí misma la continuidad histórica del proceso revolucionario. Y, finalmente, tenemos a los que se conforman con poner un rótulo a las organizaciones creadas por iniciativa anarquista, pero que están a merced de las más encontradas corrientes doctrinarias y caen con frecuencia en el círculo negativo de las reformas sociales.

Es lo que ha sucedido en México con la Confederación General de Trabajadores. Los anarquistas acaban de perder el control ideológico y espiritual del movimiento obreros por ellos creado a costa de ingentes esfuerzos y sacrificios. Una mayoría sin calificación doctrinaria, producto del ambiente, sancionó acuerdos que representan un retroceso en la marcha del proletariado mexicano que había logrado superar el período de las vacilaciones doctrinarias. El séptimo congreso de la C. G. T. rectificó las directivas del anarquismo, confundiéndose con la reformista C.R.O.M.

Todas las resoluciones del congreso confederal adolecen del mismo defecto: están inspiradas por una opinión sindicalista, amorfa, que admite como único norte la conquista de beneficios económicos, sin hacer distingos en los medios a emplear, sin tener siquiera en cuenta las experiencias que prueban la ineficacia de los recursos que convierten al movimiento obrero en una fuerza pasiva al servicio del Estado.

Publicamos en otro lugar las resoluciones tomadas en el séptimo congreso de la C.G.T. de México. Da pena leer semejantes aberraciones. ¿Cómo fué posible ese cambio de frente? Los anarquistas tienen seguramente mucha responsabilidad de lo ocurrido, pues no pueden atribuir a sorpresa un hecho que se ha ido gestando en los medios obreros en que militan. ¿Reaccionarán ahora contra ese sindicalismo amorfo que amenaza destruir las mejores conquistas del proletariado mexicano? ¿Estarán todavía a tiempo para salvar a las organizaciones no contaminadas por ese reformismo que se disfraza con palabras subversivas pero que es en el fondo un nuevo puntal de la demagogia de los gobernantes con careta socialista? La propaganda anarquista en México no debe abandonar su principal campo de acción — el movimiento obrero —, porque ello importaría tanto como dejar a la clase trabajadora a merced de los aventureros de la política.


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