El «movimiento obrero anarquista» es una corriente de pensamiento y acción libertaria que desde las sociedades de resistencia latinoamericanas, es decir, desde las organizaciones sindicales antiautoritarias, plantea una lucha no solo reivindicativa de derechos para el proletariado, como los sindicatos tradicionales, sino que una lucha revolucionaria y “finalista”, con un objetivo claro, implantar el comunismo anárquico.
Sus principales impulsores fueron los jóvenes españoles avecindados a principios del siglo XX en Buenos Aires, Emilio López Arango y Diego Abad de Santillán, quienes, desde la Federación Obrera Regional Argentina (FORA-AIT) y el periódico La Protesta (que duró de 1897 a 2015), sintetizan la ideología de esta corriente en la compilación de textos que dio origen al libro “El anarquismo en el movimiento obrero”. Es por esto que se les suele llamar «foristas».
Uno de los mayores hitos de los obreros que participaron de esta corriente fue crear la Asociación Continental Americana de Trabajadores (ACAT) (un órgano latinoamericano de la Asociación Internacional de Trabajadores – AIT), donde confluyeron organizaciones de trabajadores revolucionarios de Baja California hasta la Patagonia.
Formaron parte de este movimiento la FORA argentina, la CORB boliviana, la FORCH chilena, la FTRE ecuatoriana, la FORU uruguaya y la FORP del Perú; todas pertenecientes o cercanas a la AIT, todas internacionalistas y «regionales», como forma de desligarse de la división política en Estados nacionales.
El movimiento obrero anarquista era contrario tanto a la participación de los obreros en movimientos o partidos políticos como al «especifismo» y las organizaciones específicas (de militantes anarquistas), por considerarlas también «políticas», y porque dividían al proletariado entre «anarquistas» y «no anarquistas». Para los obreros de estas federaciones regionales los trabajadores debían convivir en una misma organización, independiente de su filosofía personal, se consideraran o no anarquistas, porque lo importante era que se comprometieran con un pacto social, colectivo, la finalidad «comunista anárquica».
Es por esto mismo por lo que criticaron el término «anarcosindicalismo» y el de «sindicalistas revolucionarios». Mientras formaron parte de la AIT intentaron que ésta adoptara la denominación de «movimiento sindical antiautoritario».
En 1958, en un Congreso de la AIT, se decidió, a sugerencia de la FORA, que solo se podía incluir en La Internacional organizaciones que reconocieran como finalidad el comunismo libertario, o mejor, el comunismo anarquista.
Los foristas también criticaron duramente al «anarquismo expropiador» por considerarlo un tipo de violencia irracional que perjudicaba al movimiento obrero. López Arango fue asesinado cobardemente por uno de estos «expropiadores» que no soportó sus ácidas críticas.
Tuvieron grandes enfrentamientos ideológicos con los marxistas a quienes criticaban sus posturas partidistas y autoritarias, que intentaban dirigir al movimiento obrero.
Sus federaciones debieron enfrentar tanto la dura represión de los gobiernos como la legalización de los sindicatos, que desde el reformismo, la colaboración con la patronal y la corrupción impulsaban un «sindicalismo neutro», que se decía «des-ideologizado» (pero que en realidad tenía por ideología el capitalismo).
Los trabajadores que participaron de esta corriente rehuían de las etiquetas y, antes que decirse «anarquistas» o «sindicalistas», se consideraban simplemente obreros o trabajadores. De hecho, la misma corriente carece de un nombre específico, por lo que a veces es llamada «movimiento obrero anarquista», «forismo» (porque surge desde la FORA-AIT), o «movimiento obrero anarquista latinoamericano».
Amanecer Fiorito de La Protesta y el grupo editorial del periódico Libertad! de Buenos Aires, la CNT-AIT francesa y el historiador Vadim Grayevskiy de KRAS-AIT, han sido sus más destacados promotores a principios de este siglo XXI.